Cómo afrontar la pandemia desde discursos públicos
- Sapere Aude
- 8 ene 2024
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 10 ene 2024

Durante la pandemia del COVID-19 se utilizaron ciertas tecnologías de vigilancia para un control del espacio público. Desde el punto de vista filosófico, aunque hay distintas perspectivas y no hay un solo relato encontramos algunos temas en común.
La pandemia fue una oportunidad tanto para reflexionar como una excusa para establecer una postura autoritaria en el campo tecnológico. Tal y como decía Maesschalck el Estado desde los años 70 ya no tenía un papel protagonista, pero durante esta crisis del COVID19 han tenido que volver a intervenir sobre el espacio público. Aunque estamos en el esplendor tecnocientífico no supieron responder en las situaciones del día a día. En esta paradoja se analizó cómo se ha visionado a los sujetos más vulnerables en esta crisis socio sanitaria.
Byung Chul-Han en marzo del 2020, realiza diversas reflexiones entre los países asiáticos y los europeos. Opinaba que en estos países asiáticos, su filosofía cultural influenciada por el confucionismo, defiende que para mantener la paz hay que delegar la paz en el poder público. Esta idea del confucionismo es un ritualismo que ha marcado la forma de entender la política de países asiáticos, se delega una confianza a la autoridad pública que los europeos no tienen.
Desde el siglo XVII y XVIII los europeos tenemos una tradición más arraigada de proteger los derechos individuales, el poder es limitado para que el individuo tenga derechos que no se pudieran suprimir sino sólo limitar en casos concretos. Esto lo explica Byung Chul-Han y dice que en China algunas tecnologías motorizadas fueron adecuadas como el reconocimiento facial o medir la temperatura por si los ciudadanos tenían el covid; contrataron informáticos que con los datos big data iban detectando casos de contagio. En Pekín se instaló en los metros cámaras que medían la temperatura corporal y mandaban mensajes a los posibles infectados.
Desde el punto de vista europeo vemos demasiado invasora la actuación de China y todavía en Europa no se ha llegado a este punto en la vigilancia digital; China no se caracteriza por respetar la esfera privada y el caso más sonado es el crédito social chino. Este filósofo no sólo explica por qué las ciertas tecnologías no han generado polémica, sino que han recibido apoyo por parte de la ciudadanía y comenta que puede haber ciertos riesgos, como que sea importable no solo a este país sino al resto del mundo por considerarlo exitoso. Giorgio Agamben analiza que el estado de excepción que tuvo que formarse de modo transitorio en algunos países para afrontar la pandemia puede llegar a establecerse en situaciones normales y la pandemia puede ser un contexto de oportunidad para que China pueda vender estas tecnologías. En este sentido Byung dirá que Occidente podría sucumbir al modelo chino bajo argumentos tecnocráticos.
Otro autor, Yuvai Harari que es más optimista, piensa que las tecnologías actuales permiten un nivel de vigilancia que la KJB no hubiera sido capaz de controlar en la Unión Soviética, ya que ahora con tecnologías digitales con big data sí es posible. Analiza no sólo una vigilancia epidérmica sino también una vigilancia hipodérmica que es la recogida de datos sobre el estado del cuerpo humano a tiempo real, la presión sanguínea, la sudoración, los sentimientos y los estados corporales frente ciertos estímulos o acontecimientos.
Estas tecnologías tienen una parte positiva y son útiles desde el punto de vista sanitario en un caso de pandemia, pero usar estas tecnologías en otros momentos cuando el riesgo desaparece es más peligroso porque podría ser un control excesivo sobre nosotros mismos. Con ellas quieren ver cómo influenciar y manipular, y esto aborda una nueva manera de ver cómo es la mente del ser humano, siendo antes algo más íntimo, se podía recibir una lógica racional pero el ser humano está dotado de una racionalidad, sin embargo ahora se plantea que esa confianza en la racionalidad del ser humano se fractura, se es más escéptico porque se es consciente que nuestros estados de ánimo pueden ser influenciados, no son manejados por un solo sujeto, y no serán solo según una sola corriente.
Según Harari en los países como Taiwán, Corea del Sur o Singapur durante la pandemia han potenciado la transmisión de información científica y propone una solución que es reconstruir la confianza hacia la ciencia y las autoridades públicas.
Esta confianza en Occidente no será fácil porque la pandemia ha creado una desconfianza ya que en vez de una red de ayuda, no ha habido confianza con los gobiernos ni en las instituciones y por eso él propone recomponer esos lazos de confianza en base a la cooperación y solidaridad mundial. Lo mejor sería promover una educación higiénica como el uso correcto del jabón de manos sin necesidad de la policía que anime, pero para llegar a ese punto hace falta socialización de conocimientos científicos y comunicación, la cual ha sido escasa.
Cortina y Conill no se centran tanto en peligros tecnológicos como en cómo es posible que en una sociedad tan tecnológica no se ha podido impedir una pandemia. Piensan que la pandemia no se ha gestionado adecuadamente por factores éticos, y que la cuestión parte de una sociedad en la que prima la aceleración, la necesidad de que las soluciones sean totales, pero no es así en ningún ámbito. Esto ha provocado que las relaciones de las personas lleguen a la extimidad; es decir, están pendientes de recibir tantos estímulos externos que es difícil reflexionar lo que hacen y saber voltearse sobre su intimidad. Esta incapacidad que podría ocurrirnos más veces lleva a una dinámica que se llama porofobia, que es la fobia a los pobres y a los más débiles. Los miembros más vulnerables de la sociedad, los pobres, son los que no pueden favorecer o cuidar a otros. Si estos sujetos dejan de ser vistos como seres humanos que pueden ser cuidados, se les ve como seres que están usando unos factores que necesitamos otros y por eso hay que extinguirlos. La crisis de la pandemia ha servido para demostrar que hay que prevenir crisis futuras y para eso hay que educar a las futuras generaciones para que si viene otra promuevan una solidaridad mutua y persuadan a la sanidad para que lleguen a cuidar a todos. Para educar moralmente bien es importante fortalecer los criterios morales aceptando la crítica y el discernimiento. Si algunos piensan que siempre tienen razón no habrá diálogo sino sectarismo. La educación moral es decisiva, es estar abierto desde la intimidad y llegar a la veracidad. Hay que educar desde las virtudes de Aristóteles -prudencia, la templanza…- sin perder de vista que siempre están unidas a un contexto. La idea de la educación de Aristóteles está basada en las conductas y esto es clave para futuras crisis. Piensa que el que muchas administraciones públicas utilizaran en la pandemia un lenguaje muy bélico es porque esa ilusión de que el mundo es lo que uno siente se rompió en la pandemia, porque no sólo está el mundo digital que nos empodera sino que somos frágiles, estamos frente a crisis que no entendemos del todo y surgen dudas de incertidumbre agobiante de lo que puede ocurrir mañana. La postura de Harari de que haya una mayor colaboración de todas las autoridades públicas y mayor solidaridad humana me parece un tanto utópica. Hemos presenciado en varias ocasiones que el mundo es movido por un capitalismo atroz; en cuanto están en juego intereses económicos y de poder, los países no son capaces de alienarse y de ayudarse porque las personas que dirigen esos estados no son personas válidas para esos puestos, que buscan el bien común de las personas y de los estados en general, sino que son gobernantes con demasiada avaricia de poder y demasiada avaricia de mantenerse en él a cualquier precio. Hay una falta clara de valores éticos en esos gobernantes y así es muy difícil que haya una solidaridad entre países. Sólo harán convenios con aquellos que estén interesados o en alguna negociación que les lucre desde el punto de vista económico o ideológico. Si se utiliza el poder para poder imponer una serie de ideologías y para enriquecerse económicamente es muy difícil que realmente detrás de la legislación promulgada y de las decisiones ejecutivas tomadas por esos gobernantes esté respetada la vida humana de las personas. No cabe esperar de esos gobiernos que se pongan medidas extraordinarias de cooperación entre países cuando hay una pandemia o una situación de crisis humanitaria si no ponen ni las medidas ordinarias de defender a la persona humana en sus últimos años de vida con un mayor gasto en los cuidados paliativos.
A pesar de que hubiera una mayor información científica como una de las posibles soluciones que propone Harari en muchos de los países del mundo sigue teniendo mucho más poder el gobierno o el estado que los sabios científicos por muy prestigiosos y entendidos en la materia que sean. Mientras siga en crisis la democracia de los estados democráticos, ni el conocimiento científico ni los valores éticos basados en la naturaleza del ser humano son tenidos en cuenta.
Lo único escuchado es el afán de poder y por ese canal la posibilidad de imponer por fin las ideologías sectarias que defiende el partido gobernante. Está más extendida e instalada la porofobia que defienden Cortina y Conill de lo que podemos pensar, en el mundo del bienestar. De forma implícita la tenemos en todas estas leyes promulgadas fruto de la cultura de la muerte como son la ley del aborto y la de la eutanasia, leyes que rechazan a los más vulnerables y débiles de la sociedad. Por lo tanto, lo que realmente es una propuesta más concreta, más práctica y real es la que propone Cortina y Conill de educar a las personas individuales en una moral comprometida, es decir, no sólo educar en virtudes sino también que sea explícita en conductas. Que estas conductas demuestren que no es simplemente un discurso retórico que se utiliza para ganar votos y parecer en un momento dado que se es una persona sólida, cabal y de ideales serios, sino que los ciudadanos en general quieran encarnar estos valores en sí mismos.
Por lo tanto, lo que propongo es que haya de verdad entre todos los países un compromiso serio de educar en valores a todos los ciudadanos y ayudarnos en el modo de impartir esa educación para que en todos ellos realmente los estudiantes que salgan del colegio tengan una moral seria, exigida y aprendida basada en la defensa de los derechos inalienables y por encima de todos en el derecho a la vida. Que haya un empeño por parte de los colegios de inculcar virtudes aristotélicas al alumnado desde que son pequeños para que realmente les atraiga hacer el bien y ser justos. Para educar moralmente bien es importante que esa moral sea querida por los ciudadanos, es decir que esté educada bajo el prisma de la libertad, que todos vean como el bien es bello y verdadero y quieran hacerlo no sólo en el ámbito público sino en el más decisivo que es en el privado.
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