
El silencio exterior es consecuencia del silencio interior, de quién se empeña seriamente en mantener una conversación íntima con los del Cielo.
Conocemos más a Dios en sus silencios que en sus palabras expresas. Los momentos de reflexión son un buen momento para hablar con Él sobre esos silencios y propiciar que oigamos susurros al oído que son más propios de Él que palabras nítidas y claras.
A Dios le gusta estar en silencio porque es ahí cuando el ser humano adquiere más protagonismo en su propia vida interior y ejerce la libertad. Ante este silencio no nos cabe otra opción que confiar en el amor de Dios que nos tiene, pedirle con insistencia lo que nos gustaría que nos diera, nos hace dar un paso al frente ante unas circunstancias difíciles sabiendo que el Señor actuará a través nuestro y tomar decisiones valientes fiados de Él.
Ante el dolor el Señor calla, pero no significa que no le importa lo que sufrimos; es el momento de sentirnos acompañados por Él, de pedirle consuelo, de hacernos pequeños y humildes porque estamos necesitados de Él. Esa sencillez, esa humildad y abandono son regalos para mi alma mucho mayores que la solución que me diera el Señor si hablara.
Nuestra alma necesita de este silencio de Dios. Necesita del silencio para que afloren más actos de amor, para que esos actos de amor sean libres y gratuitos, desinteresados.
En ese rato de contemplación podemos preguntarle al Señor el significado de todos sus silencios en nuestra vida. Y en el silencio de esos momentos paladear el regalo que es ya el mismo proceso de buscar a Cristo, encontrarle y amarle.
No tener miedo a la búsqueda de Dios, la paciencia es amor, es la manifestación más clara de que valoramos la grandeza del Señor. No nos importa esperar; es más, muchas veces nos consideramos indignos de que se manifieste demasiado claramente a nosotros.
Lo que sí depende de nosotros en estos momentos de silencio y recogimiento es que acallemos las voces demasiado humanas de nuestro corazón y nuestra alma. Estas voces que entorpecen la voz de Dios y nos distancian de su paz y alegría. La inseguridad de que no valemos, la ansiedad de querer tener más cosas materiales, el miedo a perder el yo, mis proyectos, seguridades, mis comodidades, etc. nos restan muchas fuerzas para que veamos lo que nos quiere Dios.
Podemos preguntarnos si tenemos localizadas las voces que nos vuelven más sordos de nuestro corazón y de nuestra alma y lo podemos hablar con Jesús.
Cuando hay silencio finalmente aflora lo realmente importante, lo que realmente son las cosas. Eso pasa con las personas pues de la misma manera ocurrirá con Dios; si estamos en silencio es más fácil que veamos verdaderamente quién es Dios para mí, cuánto me quiere, cuánto puedo ayudarle en este mundo y cuánta suerte tengo.
El alma más vacía de egoísmo se llena de lo más grande que es Dios y nuestro horizonte se engrandece. Ante el silencio se pone todo en su sitio, la verdad aflora y somos más conscientes de lo pequeños que somos y de la gratuidad de todo lo que proviene de Dios. La filiación divina, su misericordia y su infinita bondad por nosotros.
Комментарии