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El Malestar de Occidente

Foto del escritor: Sapere AudeSapere Aude

Me gustaría tratar sobre los límites de la ciencia y de la tecnociencia y de algunas consecuencias que han acaecido en Occidente al haber rebasado dichos límites.


Un tema actual y problemático es el que se quiera naturalizar todo el conocimiento del ser humano. Siendo el ser humano un ser natural habrá algunos aspectos que será conveniente que las ciencias naturales estudien y les proporcionen un gran avance, pero hay otros aspectos del ser humano que no pertenecen al ámbito de la biología o fisiología, sino a otras dimensiones como la dimensión social, artística y espiritual del hombre en las que si las ciencias naturales quieren intervenir y subsumir estarán fuera de lugar y caerían en una extralimitación.


Las ciencias naturales no tienen una explicación última de todos los asuntos del ser humano, no tiene nada que decir en política, ni en el sentido de la vida; de hecho, quien quiera inmiscuirse en temas que no le pertenecen provoca que se caiga en un posible escepticismo y en una frustración porque no se llega a dominar esos temas de modo tan exhaustivo como llegan las ciencias naturales en el ámbito natural.


Este es un ejemplo de lo que pasa cuando la ciencia intenta sobrepasar los límites objetivos, es decir la propia naturaleza. Es tan propio de la naturaleza del hombre el cuerpo y las leyes de la naturaleza que lo rigen como el alma y sus potencias correspondientes como es la voluntad, la libertad, la inteligencia, la moral y la creatividad.


La tecnociencia está inmersa en el mundo, y se relaciona con otros ámbitos de la vida como el arte, la religión, la filosofía, el deporte, la educación y/o la política. Es importante la relación que mantendrá la tecnociencia con estos otros ámbitos del saber.


Si se mantiene una postura demasiado cientificista como la de los neopositivistas del Círculo de Viena, se considerará que la tecnociencia dirige todos los ámbitos del saber del hombre en cuanto que son racionales y en cuanto que se puede llegar a un conocimiento de la verdad. De hecho, los asuntos y los saberes que no puedan estudiarse desde el punto de vista de la ciencia y sus métodos se considerarán saberes irracionales o pseudosaberes.


Los neopositivistas del Círculo de Viena, en la última frase de su manifiesto, ya dejan muy claro esta visión cientificista: “La concepción científica del mundo sirve a la vida y la vida la acoge”.


Lo que tenemos que hacer es mirar otras tradiciones filosóficas que no sean cientificistas y respeten, admiren y tengan en cuenta otros ámbitos del saber que no sea solo la tecnociencia.

Por lo tanto, podemos deducir que la ciencia tiene unos límites funcionales ya que tiene que integrarse en el mundo de la vida que lleva consigo otros territorios del ser humano que no es solo la ciencia.

Es bueno que la ciencia deje de ser autónoma y necesite de los demás saberes. La tecnociencia no puede dar una explicación completa de lo que es el hombre y el mundo en el que vivimos.


Es decir, la tecnociencia no puede ser la única base de la civilización humana; esta idea es la que defiende la filosofía de Gadamer, sin caer en un relativismo ni en el irracionalismo ni en lo que él denomina “la sombra del nihilismo”.


Una de las causas de esta extralimitación la podemos encontrar en el cambio de paradigma científico del siglo XVII; aparece un nuevo concepto de ciencia que es el método, este concepto cartesiano y baconiano es lo que impera en el modo de concebir la ciencia.


El efecto del método es que se quiere objetivar toda la realidad. La ciencia no es que tenga límites, sino que surge de haber delimitado la realidad con los conceptos cartesianos de res cogitans y res extensa. Así la realidad será para la ciencia y la técnica su objeto a controlar y dominar; no solo la realidad científica sino toda la realidad entera, también aquella que no es de su ámbito y en consecuencia toda la realidad que no pueda estudiarse bajo este método queda fuera de la racionalidad.


Se notará esta objetivación de la realidad porque se empezará a dar más importancia a los hechos que a los valores, a las cualidades primarias que, a las secundarias, se intenta cuantificar la realidad y se prescinde del factor emocional y del arte.


Las consecuencias de todo esto son muchas, alguna de ellas es que se cae en una paradoja porque se ha buscado la objetivación, pero al final se termina subjetivando la realidad, dando una importancia excesiva a la certeza subjetiva y artificiando la naturaleza.


Al querer objetivar ámbitos que no le pertenecen a la ciencia y al no poder dar respuestas verdaderas se termina o negando el conocimiento de la realidad o dando mucha importancia a lo que cada uno conoce, es decir o se cae en un escepticismo o en un relativismo.


Las consecuencias se podrían resumir en la proposición “La sombra del nihilismo” que llena de malestar a la civilización Occidental.


Con esta expresión cabría incluir la falta de esperanza por vivir y conocer la realidad, la confusión de las personas para definir el sentido de la vida provocado entre otros motivos por arrinconar la religión y la filosofía e intentar cubrir ese espacio con la limitada tecnociencia.


Gadamer identifica como síntomas patológicos “el voluntarismo y el relativismo modernos, que conducen al subjetivismo moral y al irracionalismo estético. Junto a ellos, tenemos el fragmentarismo y el especialismo, el individualismo, la falta de solidaridad, la ruptura del sentido de comunidad, y otros como el consumismo o el historicismo.


Podríamos decir, por lo tanto, que el problema de que la única base de la civilización humana sea la tecnociencia y de que siga habiendo una concepción cientificista en el mundo surge por varias razones; una de ellas es la concepción dualista o monista del ser humano. Si consideramos como Descartes que el ser humano tiene dos principios independientes, el cuerpo y la psique que son separables y no se relacionan más que por la glándula pineal ubicada en el cerebro, es muy difícil que haya una noción del ser humano completa integrando todas las dimensiones de éste, no solo la natural y biológica sino también la espiritual. Dificulta la explicación del papel que tiene en el hombre la voluntad y la libertad y cómo se conjugan con las leyes mecanicistas de la naturaleza.


Si hay una consideración monista en la que le damos más importancia a uno de los dos principios, como podría ser el monismo materialista de Marx, en ese caso se derivan muchos de los síntomas patológicos de la civilización Occidental, se banaliza la concepción del ser humano y es medido más por lo que produce que por lo que actúa. Se valora solo el efecto transitivo de la acción en vez del transitivo e intransitivo. El hombre no solo transforma el medio en el que vive actuando, sino que también se transforma a sí mismo. Cuando actúa hay un segundo nacimiento.

En el siglo XIX en la revolución industrial el concepto de acción era entendido como producir y consumir bienes. Si tenemos ese modelo es muy fácil caer en una concepción raquítica de lo que es el hombre y su acción.


Tanto Hanna Arendt en “La condición humana” como Karol Wojtyla en “Persona y acción” tienen el trasfondo del colectivismo marxista y del individualismo capitalista y dirán que hay que tenerlos en cuenta porque ambos atacan a la dignidad de la persona. Tanto el colectivismo marxista como el individualismo capitalista son unas trágicas consecuencias de esta concepción cientificista de la ciencia y del concepto dualista o monista del ser humano. El hombre en estas dos corrientes se vuelve vulgar para sí mismo y se le acaba tratando como un objeto más.


Hay culturas que hacen que nos despreciemos a nosotros mismos. Por eso Karol Wojtyla en su libro “Persona y acción” dirá que hace falta un cultivo apropiado de lo que es la naturaleza humana, un ejercicio de las actividades contemplativas y la adecuada relación entre la persona y la comunidad. Es muy necesario para el ser humano la familia, las amistades, la contemplación de la naturaleza y tantas acciones más que desarrollan a todo el ser humano como tal.


Hanna Arendt en “La condición humana” apoyándose en la terminología de Aristóteles de su obra “Metafísica”, hará una distinción de lo que son acciones con fines en sí mismas: “energeia”. Critica la concepción instrumentalista de las acciones y sin embargo defiende las acciones que tienen en cuenta una visión integracionista del ser humano y ejercitan otras potencias del hombre como pensar, contemplar, amar, cultivar una amistad, etc. que forman parte de esa dimensión espiritual.


Quería acabar con una frase del ilustre filósofo Papa emérito recién fallecido Benedicto XVI que resume todas estas ideas: “El progreso sólo puede ser progreso real si sirve a la persona humana y si la persona humana crece; no sólo debe crecer su poder técnico, sino también su capacidad moral”.








 
 
 

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